Mi relación con el emprendimiento ha sido bastante peculiar. Algo así como una relación amor-odio. Hace unos pocos años, cuando estudiaba, lo último que quería era ser emprendedor. Mi sueño era más bien trabajar en un banco o ser funcionario. Me habían inculcado muy bien aquello del “estudia, saca buenas notas y consigue un buen trabajo para toda la vida”.
Por desgracia, las cosas no salieron como había supuesto. Una serie de desgracias familiares hicieron que tuviera que aparcar mis sueños de ir a la Universidad: tuve que conformarme con un grado superior y con empezar a trabajar para ayudar al sostenimiento familiar (año 2004). A pesar de ello, maduré teniendo muy claro lo que quería llegar a ser y a eso me aplique con esfuerzo.
Llegamos al mundo laboral (año 2006), yo venía con el orgullo de haber sido el mejor de mi promoción a hacer mis prácticas para después tener mi primer trabajo. ¿Resultados? Acabar haciendo horas extras en una gestoría de mala muerte, en la que mi único trabajo era sonreír a los clientes y hacer de chico de los recados (ahora siempre bromeo sobre aquello diciendo que hice un master en gestión documental). Para colmo de males, la jefa era una verdadera dictadora que llegó incluso me llego a decir “en tu vida, sólo vas a servir para traer el café a la gente”. Parece que, por suerte, se equivocaba.
Llegó el momento en que lo mandé todo al diablo, ningún trabajo ni ninguna supuesta seguridad que me pudieran dar merecían aguantar aquello. Y menos por un sueldo que no llegaba a los 500 euros al mes. Fue entonces cuando se empezaron a abrir algunas vías interesantes a mi alrededor. Me había dado cuenta de que todavía tenía mucho que aprender y me esforcé en aprender otras profesiones.
Hubo una en especial que me marco mucho, yo era en aquel entonces una persona muy tímida y yo era plenamente consciente de ello, lo que no me gustaba. Así que decidí cambiarlo. Y lo hice del modo más radical que se me ocurrió: trabajar de comercial. Fue duro, pero muy gratificante y, a día de hoy, nadie me cree cuando le digo que hace apenas unos años era incapaz de mantener una conversación medianamente interesante con otras personas.
Llegó la dichosa crisis de la que tanto parece que nos gusta hablar, y la empresa acabó haciendo la tan tristemente conocida reducción de personal que me afectó por aquello de la falta de antigüedad. El mazazo a la autoestima fue enorme. Había hecho todo lo que se me pedía y aún así no parecía ser suficiente. Como a cualquiera que pierde su trabajo y ve que las obligaciones se amontonan a final de mes. Aún no lo sabía, pero ya sospechaba que en algo nos habíamos equivocado todos al creer que este bienestar sería eterno.
Invertí mi tiempo en preparar lo único que sabría que no me fallaría jamás: mi mente. Y fue entonces cuando lo ví realmente claro, no hay nada como tomar la responsabilidad de tu carrera profesional e intentar emprender tu propio negocio. Ser independiente a fin de cuentas. Y así fue como comenzó JMA Asesores.
Puedo decir, sin ningún miedo a equivocarme que, probablemente he cometido montones de errores en la implantación de este proyecto. Eso me ha lastrado en cierta medida y soy consciente de que llevo cierto retraso con respecto a lo que ya debería ser. Pero, vaya, en pocos meses voy a cumplir 26 años y ya estoy trabajando por el bienestar de varios proyectos interesantes, he conocido a grandes hombres de negocios y he aprendido multitud de cosas. El camino, a fin de cuentas, ha valido la pena.
Muchas personas me preguntan si creo que cualquier persona puede emprender. Yo creo que sí. Pero hay que tener la mentalidad apropiada. Si nos arrugamos a los primeros golpes, no llegaremos muy lejos. A los emprendedores que tienen dudas o miedo de empezar, siempre les cuento mi historia, no porque crea que es mejor que la de nadie, sino porque es la que mejor conozco.
A día de hoy no me puedo quejar de mi vida, especialmente conociendo la de otras personas que lo están pasando mucho peor que yo. Pero no siempre ha sido así. Al igual que muchos de vosotros, yo también sé lo que es que te llamen “loco”, “niñato engreído” y otra serie de cosas que no tiene mucho sentido traer a mención, pero también sé lo que es contar con la confianza y el apoyo incondicional de otras personas (las que realmente valen). Eso algo que no tiene precio.
Todo esto ha sucedido en apenas dos años, y aún me marea pensar en todo lo que puedo aprender o hacer en todos los más de 40 años que me quedan de vida profesional activa. Pueden llamarme ingenuo o inocente si lo desean, pero cuando pienso en ello, una sonrisa de profunda satisfacción aparece en mi rostro.